Este año se conmemoran los
cuarenta años del Golpe militar de 1973, uno de los sucesos más sangrientos de
nuestra historia presente y momento clave para el desarrollo del capitalismo en
Chile. El golpe fascista no sólo terminó con el gobierno de Salvador allende y
la Unidad Popular, también puso fin, a sangre y fuego, al movimiento popular
iniciado a comienzos del siglo XX y que llevaría al gobierno, tras décadas de
lucha, muerte y organización, a un presidente de los trabajadores. La dictadura
de Pinochet y de la derecha tradicional hizo todos los esfuerzos por acabar de
raíz la más mínima señal de organización popular; a través de la tortura, la
persecución y el amedrentamiento constante, la introducción de la pasta base y
una larga lista de etcéteras, los ideólogos de la dictadura fascista redujeron
a cenizas el trabajo de casi un siglo de organización amparados en el aparato legal que les da la Constitución Fascista del 80.
Sin embargo, y a pesar de los
gobiernos y de las políticas atomizadoras de la
Concertación, en los últimos años ha comenzado a generarse un fuerte movimiento
social como hacía décadas no presenciábamos. Las movilizaciones
estudiantiles, Aysén y Freirina
son ejemplos de este fenómeno que logra cada día mas amplitud y simpatía
popular. Consignas como nacionalización del cobre, gratuidad en la educación o
cambio de Constitución a través de una Asamblea Constituyente dan cuenta de un
avance en el nivel de conciencia de las masas populares y de la politización de
gran parte de la ciudadanía.
Es en medio de este escenario
que llega el momento de conmemorar los cuarenta años del golpe. Al observar
cómo la Alianza por Chile y la Nueva Mayoría, ex Concertación, llegan a
acuerdos para consensuar una misma idea frente a un hecho histórico del que
muchos de ellos participaron como evidentes adversarios, no podemos sino
constatar que desde la vuelta a la
“democracia” ambos bloques neo liberales se han coludido descaradamente para
imponer a cualquier precio un modelo que sólo genera injusticia y violencia,
que enriquece a los grandes empresarios nacionales y a los grandes
conglomerados económicos trasnacionales.
Todos reconocen lo
inapropiado del golpe militar y lamentan sus trágicas consecuencias, todos
llaman al perdón, la reconciliación, al concenso y la unión de los chilenos, unos más unos menos reclaman por justicia y castigo.
Pero hay algo más en lo que
todos coinciden: en que el golpe de Estado no se hubiera producido si el
gobierno de la Unidad Popular hubiese podido contener a los grupos extremos que
estaban dispuestos a pasar por encima de la constitucionalidad imperante.
Incluso el Partido Comunista, actual aliado de la Nueva Mayoría, ha expresado a
través de su presidente, que en ningún instante ellos habían, a diferencia de
otros, intentado romper los márgenes de la legalidad, y para que hablar del
“socialista” Escalona, quien en un acto de patetismo propio de los títeres y
rastreros, pidió perdón al país, a la historia, por haber dejado que la
coyuntura política y social para un golpe de Estado tomara forma.
En todos lados desde
programas de televisión, miniseries, obras de teatro, discursos políticos y
declaraciones públicas se expone la imperiosa necesidad de evitar cualquier experiencia política
y social que pueda compararse con el desorden, contradicciones y
enfrentamientos inevitables en un momento histórico como ese, en el cual las
fuerzas populares enfrentaban la posibilidad concreta de tomar el poder desde
una perspectiva revolucionaria.
Toda esta estrategia
comunicacional tiene, a nuestro criterio, directa relación con el resurgimiento
de los movimientos sociales y las demandas que se instalan cada vez más en el
imaginario de los chilenos, tiene directa relación con el movimiento
estudiantil, con las demandas de una nueva constitución y la articulación de un
futuro poder constituyente.
Es el esfuerzo desesperado de
los bloques neoliberales, sus aliados y sus díscolos por mantener el orden
social, por mantener la paz social, por mantener sus privilegios, cuidar los
intereses de grandes empresas, recibir enormes “donaciones” para sus campañas
presidenciales, aumentar las ganancias de sus propias empresas, en fin, el
esfuerzo desesperado por perpetuar el actual orden de cosas, con las
desastrosas consecuencias que esto acarrea para millones de chilenas y
chilenos.
Es enorme lo que está en
juego, es por ello que no se ha trepidado al momento de defender los intereses
del capital. Más de ochenta muertos políticos, asesinados en los años de
nuestra ansiada democracia. Más de ochenta asesinados. Esa es la cifra terrible
que oscurece los últimos años de
la historia de nuestro país.
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